Veintitrés años y una mochila repleta de sueños y expectativas. Papá, Mamá: ¡Me voy a la India! No os preocupéis, volveré por navidades. Ya habíamos llegado al punto en el que mis padres ya sabían que estaba lo suficientemente loco como para no tener que preocuparse ni una pizquita por mí y que además no podían poner puertas al campo.
¿Qué se necesita para ser mochilero en la India? Primero tiene que haber algo que te empuje: la comida picante, la espiritualidad, el yoga, el encontrarse a uno mismo o, como en mi caso, quedarme prendido de la película "Slumdog Millionaire". Sí, esas fue mi principal razón: nada que perder, un mundo por descubrir. Con un mapa con una ruta señalada a trazos rojos, una moleskine, mucha ilusión, dos pantalones, unas cuantas mudas, dos pares de zapatillas, dos polos, dos camisetas y una chaqueta; emprendí rumbo a la India.
Sí lo que te esperas e imaginas es un baño profundo de espiritualidad y calma, no encontrarás nada más lejos de la realidad al llegar a la India. Delhi, la capital, es el caos elevado a la enésima potencia: sonidos incesantes, contaminación, basura, suciedad y desperdicios por las aceras, la ubicuidad de su gente y el tráfico, o por qué no llamarlo la 'anarquía móvil': rickshaws, cabras, coches que escupen humo negro, ciclistas, motoristas, portadores y vacas, muchas vacas. En teoría, en la India, se conduce por el carril izquierdo, pero hay que estar muy atento porque el tráfico verdaderamente te puede venir de cualquier lado.
Todo en la India parece desmedido: a los ricos les gusta enseñar su opulencia y a los pobres no les queda otra que complacerse con un dólar al día; eso si lo llegan a conseguir. Esa desmesura se manifiesta, además, en los mil doscientos millones de habitantes (lo que le convierte en el segundo país más poblado del planeta), los más de mil idiomas y dialectos y su sinfín de religiones. De entre esos más de mil idiomas que se hablan en la India, "sólo" veinticuatro son reconocidos por su constitución. El hindi es el más hablado, pero el inglés se usa con frecuencia como lengua vehicular para los negocios y la administración. India también es todo un crisol de culturas y religiones, los hindúes son el grupo religioso mayoritario, representado por un 80% de la población, seguido por los musulmanes, 13%, y en muy menor medida los cristianos, los sikhs (famosos por sus llamativos turbantes) y los budistas. No fue hasta el 15 de agosto de 1947, que India obtuvo su independencia de Gran Bretaña, inmediatamente dividiéndose en dos gobiernos independientes: el Dominio de la India y el Dominio de Pakistán. Tres años más tarde, en enero de 1950, la India se convirtió en una república y una nueva constitución entró en vigor, sin embargo esa misma religión que separó a Pakistán (musulmana) y la India (hinduista) no impidió el crecimiento del fundamentalismo religioso y el nacionalismo provocando tensiones en zonas fronterizas como el Punjab o Kashmir; un conflicto que aún perdura hoy día.
Pero en todo ese desconcierto hay un animal que reina sobre el resto de las cosas: la vaca sagrada. No se trata de una vaca con manchas blancas y negras, ni es una vaca al estilo de las que nosotros nos podemos encontrar en nuestras montañas, sino que hablamos de una vaca cuya principal característica es su joroba, o giba, tratándose de una sub-raza conocida como cebú. Este animal vive, literalmente, a sus anchas en la India, pudiéndola encontrar en mitad de la carretera o intentando robar comida de los puestos y tenderos, impasible ante el ruido de los cláxones y de la algarabía. Es en las grandes ciudades donde, sorprendentemente, se encuentra más a gusto. Se piensa que quizá se deba a que la contaminación espanta a las moscas que tanto la molestan. Son muchas las razones por las que a este animal se le considera sagrado. a) La razón religiosa: aunque la vaca no es un dios en sí, cuenta la leyenda hindú que la vaca fue creada por Brahma, el Dios creador del universo y que, además, a Krishna, una de las figuras más importantes de la fe hinduista, se le llegó a conocer como Bala Gopala, el protector de las vacas. b) La razón práctica: la leche, la mantequilla y los excrementos de la vaca son fundamentales en el día a día de una familia india, aunque, por otro lado, la carne de la vaca no se aproveche porque los hinduistas son vegetarianos. Los excrementos de la vaca no sólo se utilizan como abono, sino que, una vez amoldadas en forma de pastilla, se pegan a las paredes de las casas en verano, sirviendo de aislante del calor y como protector contra los mosquitos. En las temporadas de invierno, esas misma pastillas son usadas como combustible para cocinar y calentar el interior de las casas.
Sorteando a las vacas por las calles de Delhi, mi intención era inicialmente recorrer el Rajastán en tren. Paré un taxi para dirigirme a la estación, pero el taxista, pirata él, cogió un desvió y me dejó en casa de un colega suyo que me hizo una oferta irrechazable. Tras una hora de negociación en la que se estableció el recorrido y la duración, por 300 euros tenía un conductor experimentado que me mostró todos los rincones del Rajastán: Mandawa, Deshnok, Bikaner, Jaisalmer, Jodhpur, Ranakpur, Udaipur, Nagda, Pushkar, Ajmer, Jaipur para terminar nuestro trayecto en Agra. Podría tirarme horas, días y semanas narrando todas y cada una de las aventuras, pero intentaré ser lo más conciso preciso y contar aquellas que más me impactaron.
Dentro de la visible pobreza de esta región, la fe de todos ellos verdaderamente mueve montañas y. más en particular, para todos los hinduistas y sus miles de deidades. El templo de Karni Mata, en Deshnok, es el más insólito y asombroso de todos (y el menos apto para gente con escrúpulos) por las cerca de 20.000 ratas que lo habitan. La sensación de tener un sinnúmero de roedores correteando por tus pies es, cuanto menos, peculiar. La leyenda cuenta que Laxman, hijastro de la diosa Karni Mata, se ahogó en un estanque mientras trataba de beber. Karni Mata imploró a Yama, el dios de la muerte, para revivirlo. Aunque en un principio Yama se negó, finalmente cedió, permitiendo a Laxman y a todos los hijos varones de Karni Mata reencarnase en ratas. Familias al completo se desplazan para llevar sus ofrendas, consistentes en bandejas repletas de frutas y diversos alimentos, a esas reencarnaciones del Dios. Si involuntariamente se mata una de esas ratas, el "magnicidio" deberá ser subsanado con la compra de una pieza de oro macizo que se incrustará en el templo. Comer los alimentos ya mordisqueados por las ratas se considera todo un honor, por lo que es bastante habitual ver a los creyentes comiendo mano a manos con las ratas.
A Jaisalmer se la conoce como "la ciudad dorada" por el color de sus casas. Uno de sus atractivos es Amar Sagar, un oasis con un pequeño lago y una fortaleza alrededor, aunque en la época en la que lo visité el estanque había quedado en un mero espejismo por la feroz sequía que azotaba el norte de la India, forzando a muchas mujeres a pegarse caminatas y cargar con pesadas tinajas en su cabeza para conseguir agua; algo a lo que no estamos acostumbrados los que abrimos el grifo mecánicamente a diario. Jaisalmer también sirve como puerta de entrada al desierto del Thar, a muy poquitos kilómetros de la frontera con Pakistán. Montado sobre un dromedario recorrí varios kilómetros por sus dunas, siempre acompañado por pastores locales y un músico local que con su timbal amenizó uno de los atardeceres más inolvidables que he vivido. El sol jamás se había presentado ante mí tan cercano y naranja. La noche se cernió y preparamos una especie de cama improvisada con un puñado de mantas y unas tablas para evitar estar al ras del suelo y ser atacado por las serpientes del desierto. Como en cualquier clima desértico la temperatura osciló en cerca de 20 grados entra la noche y el día, siendo necesario estar tapado completamente por las mantas. Cada vez que asomaba la cabeza presenciaba el universo infinito y sus miles de estrellas. Todo era idílico excepto por el incesante ruido de la rumia del camello que se encontraba a nuestro lado.
Pero en todo ese desconcierto hay un animal que reina sobre el resto de las cosas: la vaca sagrada. No se trata de una vaca con manchas blancas y negras, ni es una vaca al estilo de las que nosotros nos podemos encontrar en nuestras montañas, sino que hablamos de una vaca cuya principal característica es su joroba, o giba, tratándose de una sub-raza conocida como cebú. Este animal vive, literalmente, a sus anchas en la India, pudiéndola encontrar en mitad de la carretera o intentando robar comida de los puestos y tenderos, impasible ante el ruido de los cláxones y de la algarabía. Es en las grandes ciudades donde, sorprendentemente, se encuentra más a gusto. Se piensa que quizá se deba a que la contaminación espanta a las moscas que tanto la molestan. Son muchas las razones por las que a este animal se le considera sagrado. a) La razón religiosa: aunque la vaca no es un dios en sí, cuenta la leyenda hindú que la vaca fue creada por Brahma, el Dios creador del universo y que, además, a Krishna, una de las figuras más importantes de la fe hinduista, se le llegó a conocer como Bala Gopala, el protector de las vacas. b) La razón práctica: la leche, la mantequilla y los excrementos de la vaca son fundamentales en el día a día de una familia india, aunque, por otro lado, la carne de la vaca no se aproveche porque los hinduistas son vegetarianos. Los excrementos de la vaca no sólo se utilizan como abono, sino que, una vez amoldadas en forma de pastilla, se pegan a las paredes de las casas en verano, sirviendo de aislante del calor y como protector contra los mosquitos. En las temporadas de invierno, esas misma pastillas son usadas como combustible para cocinar y calentar el interior de las casas.
Este sistema de castas todavía se ve reflejado en numerosas instituciones entre las que se encuentra el matrimonio. La práctica de los matrimonios concertados comenzó como una forma de mantener las castas superiores, aunque del mismo modo se empezó a usar para las castas inferiores. La máxima de todos los matrimonios, independientemente de si se es hindú o musulmán, es que "se trata de una alianza entre dos familias, en lugar de una unión entre dos personas". El noventa y cinco por ciento de todos los matrimonios indios en la actualidad son concertados.
Continuará...
English version
India and the holy cow
I was twenty three years old and had a backpack full of dreams and expectations. Dad, Mom: I'm going to India! Do not worry; I'll be back by Christmas time! We had already reached the point where my parents already knew I was crazy enough to not have to worry even a bit for me and they knew they could no longer put limits to my imagination.
If what you expect and imagine is a deep bath of spirituality and calm once you arrive in India, you are too far from the reality. Delhi, the start of my route, is an amazing chaos raised to the nth power, incessant sounds, pollution, garbage, dirt and debris on the sidewalks, the ubiquity of its people and traffic, or better denominate it as a mobile anarchy: rickshaws, goats, cars spewing black smoke, cyclists, motorcyclists, carriers and cows, many cows. In theory, and because of the British influence, they drive on the left side of the road, but you have to be very careful because the traffic can truly come from anywhere.
Trying to avoid all those cows in the streets of Delhi, my intention was initially do the Rajasthan region by train. I hailed a taxi to take me to the train station, but the driver, a pirate one, took a detour and stopped at the house of a colleague who made an irresistible offer to me. After an hour of negotiations establishing the route and the duration, for 300 Euros I had an experienced driver who showed me every corner of Rajasthan: Mandawa, Deshnok, Bikaner, Jaisalmer, Jodhpur, Ranakpur, Udaipur, Nagda, Pushkar, Ajmer, Jaipur to end our trip in Agra. I could spend hours, days and weeks telling every one of the adventures, but I will try to be as accurate and concise as possible telling you all those which impacted me the most.
From Rajasthan I entered the region of Uttar Pradesh, starting from Agra, its main tourist attraction. It was in Agra where Rajesh, one of those dalit, explained to me the caste structure while having a masala chai, consisting of a mixture of black tea, spices, herbs and milk. The culture of drinking tea, losing the perception of time, is another real institution in India. After taking three cups, Rajesh offered to transport me to the Taj Mahal in a sort of a wooden covered wagon, carried by himself, in exchange of a few rupees. He was so skinny that I decided to pay the journey anyway and make the path on foot, dodging all sorts of vendors, but every sacrifice is worth in order to witness the spectacle. Never had I spent long hours before a monument, seeing how the sun moved on the horizon, the rays flashing on the white marble, the range of different colors reflected on it, the sunset, watching the people pass by, come and go and, meanwhile, remaining in the same place, stunned, with my mind and my eyes lost admiring this astonishing thing, in short, one of the seven wonders of the modern world: the Taj Mahal.
To be continued...
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